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ISSN 1989-4163

NUMERO 95 - SEPTIEMBRE 2018

El Sueño

Joaquín Lloréns

Autor: Mircea Cartarescu. Seix Barral. 360 páginas. 1993. 35,90€

He de reconocer que cuando me enteré hace unas semanas de que el prestigioso Premio Formentor de este año se le había otorgado a Mircea Cartarescu, no era consciente haber oído hablar del escritor rumano en toda mi vida. Y el Premio Formentor no es un premio cualquiera. Además de su importante dotación económica, supone el reconocimiento a toda una carrera literaria y sus galardonados han sido siempre escritores de los que no hay dudas sobre la calidad de su obra.

Así pues, me lancé a la lectura de Cartarescu sin dilación. Como muestra de mi ignorancia sobre gran parte de la literatura actual, descubrí que lleva años siendo uno de los previsibles premios Nobel. Sería el primero rumano. Decidí rellenar esa laguna cultural y me puse a la búsqueda de alguna novela de Cartarescu. De modo aleatorio, me hice con el libro El sueño. Está compuesto por cinco relatos: uno a modo de preámbulo, El jugador de ruleta rusa. (En algunas ediciones traducido como El «ruletista», palabra que no existe). Su título no deja lugar a dudas sobre el tema sobre el que discurre, pero sorprende su juego intelectual sobre las imposibilidades de las probabilidades; otro de epílogo, El arquitecto. En esta ocasión, el título, aparentemente una mera anécdota como punto de partida, en realidad oculta una alegoría sobre Dios; y su tronco principal, bajo el título de La nostalgia, formado por tres relatos: El juego, Los gemelos y Rem.

Tras su lectura, no me han quedado dudas de que Cartarescu no es un escritor del montón. Su originalidad es evidente y su prosa es magnífica, aunque en una traducción la calidad del traductor es fundamental. Al respecto, el propio Cartarescu en su libro Las bellas extranjeras –una autobiográfica (y novela) historia sobre varios de sus viajes invitado como significativo exponente de las letras rumanas–, habla sobre el tema y el caótico resultado que resultó de una de sus traducciones. Su modo de entroncar lo cotidiano con lo mágico y lo onírico es puro arte y me trae a la memoria las mejores páginas de Meyrink (Aunque en la lista de escritores oníricos que cita en Para D. Vingt ans après no está mi querido Gustav). Y lo de onírico no es casual, como dice en el mismo relato que acabo de citar, Cartarescu se consideró un campeón de los sueños durante parte de su juventud, y como reconoce él mismo, los mismos nutren la urdimbre de muchas de sus historias. Parte de su arte de escritor reside en un inicio bastante confuso que, de modo silencioso, va atrapando al lector en unos argumentos que sorprenden por lo original, lo bien estructurados y la calidad que se va deshojando a lo largo de cada uno de sus relatos. Aunque en El sueño no se vislumbra de un modo tan evidente como en su libro Las bellas extranjeras o en Por qué nos gustan las mujeres, en diversos pasajes Mircea juega con la metaliteratura y la autobiografía, pero sin abusar de ella.

Tanto en el relato del preámbulo como el del epílogo, Cartarescu nos lleva de la mano desde lo cotidiano hasta lo imposible y la más delirante de las fantasías. Y si en el primero nos enfrenta a la estadística imposible, en el segundo nos lleva hasta una versión original de la música celeste, donde la paradoja de la perfección sonora nos hace plantearnos la pregunta de si lo perfecto puede ser alienista y de si nuestro universo, en fin, no podría ser una composición musical inacabada que está más allá de nuestra percepción.

La parte central del libro, se basa, como su título engloba, en la nostalgia. En la infancia y los misterios y maravillas que nos rodean en esa época de nuestra vida. Y todos los relatos dentro del marco de una Rumanía todavía bajo los tenebrosos, alienados y misérrimos efectos del ya ejecutado Ceaucescu. Jugando con esa fantasía e irrealidad que a la edad temprana se yuxtapone a la vigilia reconocible, Cartarestu realiza tres composiciones sobre episodios que marcan la vida de varios protagonistas. Son relatados de forma extraordinaria y consiguen que retrocedamos en el tiempo y nos sintamos partícipes de esos hechos que, al finalizar, le hacen a uno dudar si forman parte de la realidad, del sueño o, especialmente, de la mágica percepción infantil que las deforma hasta hacer de las experiencias algo que la mente mezcla con la fantasía imposible. La infancia, el amor hastiado, la identidad confusa… Temas universales tocados por Cartarescu con una barita de mago que domina las fórmulas de la buena literatura.

No desgranaré los argumentos, pues creo que el lector merece irlos descubriendo –a veces de modo complejo– según vaya leyendo el libro.

Innegablemente, opino que Cartarescu es un justo ganador del Premio Formentor (No el único, pero sí uno de los posibles), y espero que gracias a ello, sean muchos los que, como yo, y a raíz de haberlo ganado, descubran el magnífico escritor rumano.

 


El sueño

 

 

 

 

 

 
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